lunes, 15 de junio de 2009

Pautas comunicativas en niños autistas

El autismo, según Artigas (1999), se define como un trastorno del desarrollo de inicio precoz (generalmente iniciado antes de los tres años), que comprende alteraciones en la interacción social, la comunicación/lenguaje y la flexibilidad de conductas, intereses y actividades. Rozental (1991), menciona a Savage, quien afirma que muchos niños autistas parecen tener dañada su habilidad para usar sus receptores distales (visión y audición), dando la impresión de ser sordos o ciegos o ambas cosas a la vez. De tal manera, ellos se fían de los sentidos del olfato, gusto y tacto. Esto explica la aparente falta de reacción hacia ciertos ruidos o reacciones catastróficas para otros, pero la mayor dificultad presente, es comprender el habla, lo que no tiene relación con la audición, ya que al niño autista le puede gustar la música y tener la capacidad de reproducir tonos o melodías complicadas de forma correcta.

Entonces la caótica relación con su medio puede deberse al hecho de que su estructuración mental o esquemas mentales no son isomórficos con la realidad externa, por lo tanto el niño no se acomoda o ajusta de manera realista al mundo y en consecuencia, para preservar la estabilidad en su mundo interno, tiene la necesidad de quedar ligado a una etapa primitiva del desarrollo.

El principal motivo de sospecha de la existencia de un trastorno autista es el retraso en la adquisición del lenguaje y la incomprensión de éste por parte del niño.

Analizando conductas comunicativas en niños autistas (Artigas), se ha observado que entre los dos y cuatro años, tienden a crear jergas propias pero desprovistas de contenido semántico, pudiendo utilizar frases sofisticadas, totalmente descontextualizadas. Además, pueden presentar conductas reiterativas, tanto físicas como verbales. En este último aspecto, recurren a la ecolalia, que es la repetición exacta de frases expresadas por otras personas. A modo de juego, crean discursos en ausencia de interlocutor, los cuales no tienen contenido e incluyen a veces anuncios televisivos y frases hechas.

Sumado a lo anterior, en el trastorno autista es frecuente observar una falta de gesticulación y a veces una gesticulación disociada de la comunicación, así como una sustitución del pronombre “yo” por “tú” o “él”.

Otras deficiencias que llevan a una sospecha de trastorno autista, se encuentran basadas en un escaso desarrollo de una Teoría de la mente. Este concepto es definido como “un constructo teórico que define la capacidad que desarrolla el ser humano para atribuir pensamientos a las otras personas. Esta percepción permite modular la conducta social” (Artigas, p. 121). Es así como alguien que ha desarrollado correctamente la teoría de la mente, es capaz de comprender que los demás poseen un estado mental, estados anímicos e intenciones distintos al de uno mismo, y logran predecir reacciones en ellos.

Podemos dividir la teoría de la mente en tres grados: El primer grado se refiere a la capacidad de atribuir a nosotros mismos un estado mental (“yo sé”) y el segundo grado plantea que el individuo tiene la capacidad de percibir que el interlocutor posee un estado mental distinto del suyo, atribuyéndole estados anímicos e intenciones, lo que daría la posibilidad de predecir en éste respuestas o actitudes. El tercero, es la conciencia de que el otro sabe que nosotros tenemos cierto estado mental.

En general, al tratar con niños autistas, se ve una deficiencia desde el segundo grado de esta teoría, aquel que nos permite darnos cuenta de que los demás poseen un estado mental distinto del nuestro, por lo tanto existe una falla en el aspecto social. Un niño autista, no entendiendo que los demás también poseen emociones e intereses propios, tampoco comprende qué tipo de relación lo une a los que lo rodean o la reciprocidad de esta relación, por lo que tiende a utilizar a los demás como objetos para cumplir sus deseos (claro uso de protoimperativos). Por ejemplo, al querer lograr algo específicamente, el niño puede tomar a su madre de la mano, guiándola hacia su objetivo, sin siquiera mantener un contacto visual o pretender un lazo afectivo.

Confirmando lo anterior, podemos decir que

La conducta del niño puede referirse sólo a necesidades internas o a impulsos y hechos motivados por estas necesidades y no a exigencias del medio social, de modo que la interacción valedera con el medio puede ser muy limitada. Aparte de satisfacer necesidades internas, el niño puede no tener motivaciones de otra índole o no sabe demostrarlas, permaneciendo pasivo y sin necesidad de querer ser estimulado (Rozental, p. 96).

Además de lo ya descrito, la deficiencia en el desarrollo de una teoría de la mente conlleva ciertos déficit lingüísticos, en sus aspectos comprensivo, expresivo y pragmático. Según Artigas, el autista puede presentar dificultades al momento de decodificar el lenguaje recibido por vía auditiva (agnosia auditiva verbal), vocalización deficiente acompañada de pobreza gramatical y lenguaje ininteligible (síndrome fonológico-sintáctico), incapacidad para evocar las palabras correspondientes a una idea o concepto (síndrome léxico-sintáctico), mutismo selectivo y trastornos de la prosodia (cambios en el ritmo y entonación que nada tienen que ver con el contexto lingüístico).

Asimismo, se ve afectado su lenguaje pragmático. Sobre este tema nos extenderemos un poco más.

Artigas nos habla sobre el síndrome semántico pragmático, que se refiere a la alteración en el uso del lenguaje. Fue descrito por Rapin y Allen en 1987 y modificado a trastorno semántico pragmático por Bishop y Rosenbloom en 1987, debiéndose este cambio a su relación específica con el trastorno autista. Es la manifestación lingüística del cuadro autista en su parte social. Esto se sustenta sobre el deficiente desarrollo de la teoría de la mente, que tiene como consecuencia la incapacidad de comprender ciertos aspectos del lenguaje y por lo tanto dificulta la interacción satisfactoria con un interlocutor.

Los niños autistas, según Artigas, son incapaces de predecir, basándose en la prosodia y estructura de las frases emitidas por un interlocutor, cuándo ha terminado el turno de éste y cuándo comienza su turno de hablar, por lo tanto tienden a mantenerse en el rol del hablador. Asimismo, presentan deficiencias en el inicio de conversaciones o al cambiar de tema, esto basado en las mismas dificultades ya descritas. No logran decodificar el lenguaje críptico o figurado, por lo tanto no son capaces de interpretar un mensaje más allá de las palabras y su lenguaje pierde el rumbo con facilidad. Es así como no pueden comprender metáforas, dobles sentidos o expresiones de cortesía. Tampoco pueden captar en qué momentos el mensaje que están entregando no es claro para su interlocutor, por lo tanto en muchas ocasiones da la impresión de que hablaran para sí mismos. En este mismo contexto, al no comprender lo que otro les dice, asumen que el mensaje es correcto y no realizan preguntas.

Lo anterior nos lleva a pensar que, a pesar de que el niño autista llegue a adquirir el lenguaje, este puede no ser útil como medio de comunicación, ya que parece no comprender el real significado de éste ni su uso contextual. Todo esto, sumado al hecho de su discapacidad para relacionarse en forma emocional con su medio, es consecuencia de una deficiente teoría de la mente, y se puede sobrellevar con una correcta y sostenida estimulación de parte de aquellos en directa relación con él, aunque no existen tratamientos formales para este trastorno.






Bibliografía:

Artigas, J. (1999). El lenguaje en los trastornos autistas. Revista de Neurología, XXVIII(2), 118-123.
De Rozental, L. (1991). Autismo: enfoque fonoaudiológico. 3ª edición. Buenos Aires: Editorial médica Panamericana.












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